lunes, 26 de enero de 2009

LEER SIN TEMER


El primer cuento de terror que leí de niño y que no me dejaba dormir en las noches fue la leyenda del Aya Huma (Estuve revisando algunas páginas del Internet, pero no coinciden con la historia que recuerdo ni con el nombre real).
Ésta era una cabeza de mujer con cabellos largos y negros que flotaba en el aire y espantaba en los Andes a sus habitantes. El dibujo en el libro era espeluznante. En mi casa sabían que le temía y mis hermanas aprovechaban de mi inocencia para espantarme cuando no tenían nada que hacer y me usaban como conejillo de indias para divertirse. Se ponían las sábanas y me decían: ¡Acá viene el Aya Huma paaaraaa llevaaarteeee! Ja,ja,ja. Se burlaban las malvadas.
Me hubiera gustado acordarme totalmente de la historia, pero cómo le temía a esa maldita cabeza flotante.
Luego descubrí otros cuentos de terror como los de Edgar Allan Poe y Stephen King. Dejé de pensar en esa cabeza flotante para sufrir con La Caída de la Casa Usher y El Barril de Amontillado y otros tantos cuentos que faltará espacio para enumerar, de otros tantos buenos autores que no citaré esta vez.
Esas fueron mis primeras lecturas, las de terror. Descubrí luego La Iliada y La Odisea y mis lecturas cambiaron radicalmente. Empecé a leer de todo para descubrir si existían autores que superen al prodigioso de Homero cuando narra las intrigas de los dioses.
Según los historiadores fueron en total 10 libros que contaron la Guerra de Troya. Al parecer, se habrían perdido cuando se incendió la gran Biblioteca de Alejandría.
Aprendí a leer gracias a los periódicos. Mis primeras palabras las descifraba en la edición ochentera de ese gran periódico que era Expreso. Aunque muchas veces no entendía las noticias, los grandes titulares fueron las guías para mis primeros libros. Claro que siempre uno flojeaba y los dejaba de lado, pero siempre tuve un buen consejo de mis padres que me enseñaban que el interior de un libro podría llevarme a “Mundos maravillosos”. Quizás por eso, es que los libros que ahora firmo tienen ese rótulo.
Admito que nunca fui obligado a leer, porque me hubiera puesto rebelde y con más razón les hubiera dado la contra a mis padres. Poco a poco me acercaba a los libros y no paraba hasta acabarlos, aunque fue duro al principio porque tenía que tener un mataburro al costado, el resultado final era satisfactorio. Uno se siente como si estuviera en “La Matrix”, esa famosa película de ciencia ficción. Tenía un chip de conocimiento insertado y me sentía el más “sabiondo” de todo el mundo. Lo contradictorio es que no era muy bueno con algunos cursos del colegio.
Esta breve parte de mi vida es para que los padres sepan que no tienen que imponerles la lectura a sus pequeños hijos. Que tienen que llevarlos de la mano en sus primeras lecturas y demostrarles que culminar un libro es la experiencia más maravillosa que existe. Vivimos actualmente en una crisis de escaso conocimiento y proviene del poco interés que se tiene por la lectura. Aunque hay que admitir que se están haciendo logros con la lectura en parques y el Plan Lector.
Acá los padres cumplen un papel preponderante y no deben olvidar de que también hay que alimentar a sus hijos con valores y mensajes que un buen libro olvidado y polvoriento quizás, en algún estante olvidado de la casa puede brindar.

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